Crónicas de una librera afanzinerada. La vida detrás del mostrador.

En este post he decidido escribir un poco menos, en realidad nada de publicaciones o autoedición y abrirme un poco a vosotros, porque me apetece, para contaros cómo es la vida detrás del mostrador. Escribo estas líneas justo en fechas navideñas, en uno de esos días que debería tener libre pero en los que estoy trabajando, atendiendo una de esas citas que toda librería tiene de tanto en tanto: los mercados o ferias.

Aquí en el Christmas Space Festival de Las Naves (con cara de estoy pasando frío)

Ho Ho Ho Market de Tapinería. Manu Garrido inmortalizó el momento
La idea es mostraros cómo para muchas personas nuestra vida transcurre con el mostrador por medio, sin más y así de simple. Porque cuando uno decide abrir un negocio debe saber que, hasta que puedas contratar a gente capaz de hacer las cosas tal y como a ti te gusten y que además se impliquen, la cara visible y alma mater del proyecto serás tú, por lo que te va a tocar hacer de todo, a todas horas, y siempre detrás del mostrador. La diferencia entre vida profesional y personal es muy complicada pues de delimitar.
Si os preguntáis el por qué escribir sobre esto os contesto: primero porque me apetece, porque muchas veces la gente no es consciente de lo duro y sacrificado que es estar trabajando cara al público. Considero importante que conozcamos, o lo intentemos, el trasfondo o cara b de muchas profesiones o trabajos para poder valorarlas y, sobretodo, reconocerlas. Estamos en un complicado momento en que muchos negocios desaparecen, o pierden el alma y a veces incluso el encanto. 
También influyó el hecho que a alguien le pareció que no le atendí bien y comentó que le traté con desprecio. Eso me dolió, reconozco que a veces sueno seca, porque cuando tienes un encontronazo con algún cliente lo recuerdas y rememoras en tu cabeza durante días, y tratas de solucionar aquello que hiciste mal. Pero en el caso de esta persona en concreto ni siquiera recuerdo quien pudo ser. Deduzco que fue un día que había mucha gente en el museo, era domingo seguro y estaba muy cansada, así que más que tratarle con desprecio (porque para eso tiene que haber aprecio) simplemente no le dí la atención que él creía que merecía.
Trabajar casi todos los fines de semana, domingos incluidos, festivos..., pues que queréis que os diga, es jodido. Poco placentero me resulta ver desde el cristal que otros disfrutan de una tranquila comida o de una cerveza, de una tarde de paseo mientras yo estoy cara al ordenador sacando el negocio adelante.

Ruzafa Book Weekend

Glup en la EASD
Antes que nada me gustaría diferenciar entre el trabajo cara al público puro y duro (muy duro también), que se puede desarrollar en puntos de información, dependient@... todo aquel cuyo cometido sea solamente el de dar este servicio, sin más responsabilidad que cumplir con el propósito para el que han sido contratados, y el trabajo que desempeñan los pequeños empresarios que además de hacer este trabajo "viven" literalmente en su negocio, y cara al público.
A mí mi trabajo me gusta mucho, mentiría si dijese que no disfruto además atendiendo a la gente, claro que sí. Pero hay días y días, y somos personas. Y esto último es lo que parece que algunas personas no entienden. Yo me levanto normalmente con mucha energía, soy capaz de hacer un montón de cosas y procuro organizarme para atender a todos, para llegar a todo y que la librería funcione con normalidad. Pero en ese transcurrir de la jornada surgen imprevistos, momentos de estrés, de agobio, problemas que debes resolver en tu puesto de trabajo. Y esto condiciona de forma automática el trato que dispenses al próximo cliente que entra por la puerta. Hay días que te sobrepones fácilmente y lo haces, pero hay días que simplemente quieres que sea la hora de salir y meterte en la cama hasta el día siguiente. Recibir buenas noticias ayuda a que tu ánimo y tu adrenalina estén a tope y te faciliten la jornada, pero cuando son malas lo pasas mal.
Yo he vivido muchos momentos buenos en la librería, uno de los últimos fue la llamada para comunicarme que Dadá había sido premiada como Librería Innovadora por la Generalitat Valenciana. Pero también fue una llamada de teléfono la que me comunicó que a una amiga le habían detectado un cáncer terminal y ahí el cuerpo se te queda para poco más que llorar. Y cuántas veces he llorado en la librería, en el almacén, o al fondo, donde nadie te ve. Tratando así de desahogarte, reponerte y continuar con tu trabajo. Esos días malos, intentas hacerlo, pero a veces simplemente no puedes, no llegas. Por eso, el cliente siente que no has dado lo mejor de ti. Y aunque me fastidie fastidiar la primera impresión con un cliente, es que hay veces que no das para más. Tienes que cumplir, como sea, porque nadie va a estar ahí para sustituirte. No puedes simplemente marcharte.

En mi entorno natural, así me fotografió El Flaco para el reportaje que Rafa Martínez elaboró en Lletres Valencianes
Vivir de cara al público supone, además de pasar muchas horas en tu puesto de trabajo, convertir literalmente el negocio o establecimiento en tu casa. Recibes a gente, te relacionas con tus amigos, gestionas desde allí tus tareas diarias, como la compra, porque no te queda otra. Trabajar a horas en que muchos disfrutan, o los días festivos. Esta situación hace que, al asumir con tal normalidad lo cómodo que te encuentras trabajando, tratas de hacer igual de cómodo tu espacio para todos los demás. Y ahí la grandeza de los pequeños establecimientos donde puedes conocer al dueño, a sus otros trabajadores, te encuentras a gusto allí y puede que además cada vez que vayas coincidas con amigos o conocidos que también disfrutan como tú de aquel sitio.
Trabajar cara al público, si no lo habéis hecho nunca, exige una gran cantidad de temple, paciencia, aguante, saber estar y aplomo. Jamás sabrás la reacción de tu interlocutor y hay que estar preparado para todo, incluso para las salidas de tono. Y creedme, cuando crees que lo has visto todo, aparece una nueva reacción que supera a la anterior. No es fácil, y no todo el mundo vale para esto.
Empatizar. Esa capacidad de ponerte en el lugar de los demás, de sentir. Ese gran olvidado en una sociedad en la que prima la despersonalización y la atención en cadena hace que el trabajo de muchos de nosotros a veces se vea infravalorado y a veces injustamente tratados, sobre todo por parte de aquellos que no conocen todo lo que hay detrás.
Cuando entras en un negocio por supuesto que esperas una atención de calidad y un trato exquisito, pero puede que no lo encuentres. Podría ser simplemente una mala elección de personal, o podría ser que la persona que está allí ha tenido un mal día y solamente ha sido incapaz de reponerse a tiempo para poderte atender.
Piénsalo. Pensadlo.

Alejandro Álvarez me hizo esta foto mientras tomaba nota de unos pedidos, creo.

0 comentarios :

Publicar un comentario

 
Fanzineología © 2013 - 2023