Crónicas de una librera afanzinerada: momento de hacer confesiones.

Llevaba tiempo sin escribir, y motivos no me han faltado desde la última vez que lo hice. Muchos temas pendientes, que no tocaré en este post, e ideas varias, pero que no se habían materializado por una atosigante escasez de tiempo real para dedicarme a ello y una apabullante falta de voluntad.
Sin embargo, las líneas que estáis a punto de leer —gracias por hacerlo, no las escribo sino con la intención de expurgar y liberar cierta carga y desasosiego general que me impide en estos momentos disfrutar con lo que hago de la forma en que lo había hecho hasta ahora.
Igual no debería hacerlo, el confesar. Igual debería fingir que todo va bien. Igual no debería mostrar ante los demás mi debilidad y flaqueza y hacer ver que todo va de p... madre y que disfruto como una cabrona matándome a trabajar. Pues no.
Ha llegado el momento de admitir que estoy cansada.
Tomé una decisión, de la que no me arrepiento, que cambió el rumbo de mi vida, pero para la que, probablemente, no estaba preparada. Y, muchos meses después, sigo sin conciliar todas las sensaciones y obligaciones que ello comporta. En ocasiones me cabrea, en otras me frustra, a partes iguales me hace disfrutar e ilusiona, pero la realidad se impone: empiezo y termino el día cansada.
Puede que sea una etapa, un ciclo, un momento de crisis como otras veces ya he tenido a lo largo de mi vida laboral y de mi carrera profesional, pero me parecía lo suficientemente importante como para contarlo porque ésta es la realidad. La realidad de tener que gestionar dos establecimientos, de fusionar por completo mi persona en ellos y de no haber sabido poner, e imponer, ciertos límites o barreras para evitar saturarme.

 
Alguien que podría ser perfectamente yo.

Si no lo sabéis, desde que empecé en la librería he pasado mucho tiempo sola. Gestionando como bien podía y sabía un negocio que ha ido manteniéndose y creciendo, hasta el punto de conseguir ser un referente en algo en esta ciudad. Creo.
El año pasado tuve la oportunidad de presentar un proyecto para abrir otro espacio en otro museo, el IVAM. Lo primero que dije fue que no, que no me presentaba. Era realmente complicado dado el contexto económico, del sector del libro, del propio museo....tenía muchas dudas sobre si sería capaz, si sería lo adecuado. Y además, qué necesidad tenía de trabajar más?
Mi particular alien de la guarda me incitó, me alentó y me motivó. Me hizo ver, desde otro punto de vista, cuan diferentes podrían ser las cosas y lo bien que me podría venir, además, para salvaguardar la librería que ya estaba abierta y que se enfrentaba a una próxima renovación con todo en contra.
Pensé, al final, en la sensación de todos esos inicios, del empezar, y que una motivación llevaría a la otra. Un cambio de aires, me iría bien. Asumir riesgos, retos, me encanta. Superar barreras, hacer posible lo imposible, soy una tía luchadora. Sí, todo eso.
Presenté el proyectó y logré la adjudicación. En julio.
Las primeras lágrimas, y a la carrera.

Indispensable, rodearme de gente que se implique y que sepa lo que ha costado, Elsa y María se suben al carro. Después, conseguir montar una librería, que todo el mundo espera, en menos de 15 días para septiembre y con un mes de agosto de por medio.
Tras comprar una torre-cpu l-o-m-a-s-b-a-r-a-t-a-p-o-s-i-b-l-e, coger un monitor prestado y un teclado y ratón que tenía por casa, contrato mi futuro internet y me lo llevo todo a mi lugar de vacaciones por supuesto no remuneradas, para contactar con mil y un proveedores, negociar depósitos, gestionar la llegada de mercancía y probar mi programa de gestión dando de alta un montón de material que Elsa en la librería ya está empezando a meter en cajas. ¡Qué haría sin ella!

Llega septiembre y la vorágine.
De repente, no sólo montamos la librería, sino que la abrimos. Con normalidad.
Pasé de hacer inauguración porque necesitaba enseguida que echara a rodar. $$$$
Los primeros meses fueron una completa locura. De repente, todo el mundo se acordó de mí, todos preguntaban por mí, todos querían hablar conmigo.
Establecimos un primer turno de trabajo, para coordinarnos. Elsa tenía experiencia, pero María no. Así que por razones obvias, y sobre todo económicas, tenía que pasar más tiempo trabajando en la librería del IVAM, ponerla en marcha y enseñando a María en las tareas diarias y más básicas y elementales del oficio librero.
Esos primeros meses fueron sencillamente indescriptibles. 
Yo, que quería y había decidido trabajar un poco menos para la miseria de los menos de mil euros que me podía pagar, me vi trabajando el triple de horas, de martes a domingo, algunos lunes desde casa, sin tiempo para comer, porque además el horario nuevo nos impide cerrar a mediodía, y físicamente agotada para disfrutar de mi miserable vida privada. Todos los días me paseaba, sigo haciéndolo pero menos, por Guillem de Castro cargada con bártulos, carretilla arriba y abajo. A mi lado, los chatarreros eran unos simples aficionados.


 


Todo esto unido a la expectación propia por la apertura, las primeras decepciones con el público que espera una tienda y no tanto libro, la sensación de prisa por tener material que era inviable recién abierto, los primeros contratos de mis primeras trabajadoras, las primeras nóminas, un cambio de gestor, convertirme en una empresa real, el primer trimestre y cierre de año, la primera campaña navideña, las primeras devoluciones de febrero, presentar el proyecto para continuar con la otra librería, contestar un montón de mails que me ofrecían productos que jamás me interesarán, contestar a un montón de mails con curriculums de gente a la que jamás les podré dar trabajo, atender a un montón de llamadas proponiéndome lo mismo que los anteriores correos, atender un montón de peticiones en perfiles públicos y privados de redes sociales, hizo que explotara. Empecé a estar enfadada todo el tiempo, a saltar a la mínima. Iba de casa al trabajo y del trabajo a casa, y hubo semanas que solamente pasaba en la calle los minutos que dedicaba a ir de un sitio a otro.
Hablé con mis chicas, que mucha paciencia tienen, y decidimos hacer las cosas de otra manera, porque necesitaba VIVIR.
Reorganizamos los horarios y empezamos un reparto de tareas, algo empezaba a cambiar.


Aquí mi pequeño despacho para organizarme con el papeleo.
¿Y por qué estás cansada entonces ahora? Os preguntaréis.
Es cierto que ahora dispongo de un poco más de tiempo libre y puedo hacer otras cosas pero eso ha hecho que me de cuenta de que ya no soy librera. Ahora soy empresaria.
Delegando he descubierto cuál es mi rol real, gran parte de mi tiempo diario lo consume la gestión pura y dura del negocio, porque lo es, y ahora dos personas dependen de mi, lo que aumenta la presión. Los números, llegar a los malditos números necesarios para que todas cobren cada final de mes. No es fácil gestionar, organizar y coordinar dos librerías, cada una de ellas con su público, su ritmo y su fondo.
Aunque saco tiempo para revisar nuevas publicaciones, nuevo material, o hacer pedidos especiales... mucho de eso ya no pasa directamente por mis manos. Ya no huelo tanto los libros como lo hacía antes. Os parecerá una tontería, pero para mí no lo es.
A todo eso hay que añadir que muchos de los que visitan el museo esperan otra cosa y apenas interactúo con ellos, porque a lo sumo dedican un par de minutos a ver lo que hay, ven la cantidad de libros y se marchan, como asustados, bastantes de ellos son turistas. Luego están los que piensan que debería ser más una tienda y tener más joyas, abanicos y cosas por el estilo, solamente interesados en baratijas y cosas impersonales. También los que no pisaban el museo desde hace 10 o 15 años y esperaban encontrarlo todo exactamente como lo habían dejado. Claro, porque así es como se mantienen los negocios, NO visitándolos.

Cuando esto es recurrente, es cuando pienso que me he equivocado, que quizá no sea la adecuada para hacer este trabajo en este lugar. O simplemente es demasiado pronto para hablar.
Es cierto que no conseguí lo que tengo con la otra librería en un día, ni tan siquiera en un año. Allí no solo los inicios fueron duros, sino también los últimos años. Y bien es cierto también, que se han ido generando ciertas rutinas favorables en cuanto a clientes pero lo que es el día a día es en general desolador, muy duro y muy solitario. Paso muchas horas del día sola entre semana. Las cosas cambian un poco durante el fin de semana, pero yo ya no estoy.
Echo de menos poder hablar con la gente que entra, contarles de qué va esto, que conozcan el proyecto de librería. Echo de menos ese contacto humano totalmente necesario para cualquier pequeño comercio implicado en el lugar donde se ubica, porque lo seguimos siendo. Echo de menos ese momento que me convierta en librera, aunque sea a ratos cada día, y me haga olvidarme por un momento de repasar facturas, vencimientos y atender a llamadas y correos electrónicos. 
 
Servidora cualquier momento del día.
Llegados a este punto os preguntaréis qué pienso hacer. Porque al fin y al cabo tomé una decisión y estas son las consecuencias.
Lo más inmediato es tratar de organizarme hasta el extremo para llegar a todo y evitar agobios totalmente innecesarios, como cuando la gente se presenta sin avisar y quiere hablar conmigo sí o sí, para lo que sea, y me es imposible atenderlos. Ya no puedo funcionar así, lo siento. Igualmente, cuando no estoy en la librería, en ninguna de ellas, no estoy para nadie. Mis chicas atienden maravillosamente bien y no soy imprescindible. Estoy intentando que mi facebook personal sea eso, personal, y que la gente deje de usarlo como canal para comunicarse conmigo para hacerme pedidos, revisión de depósitos u ofrecerme material; más que nada porque se dispersa la información y debo canalizarla. Además, creo que ya paso demasiado tiempo en la librería cada día como para que en horas o días en que no trabajo tener que acordarme de ella. No agrego a nadie a quien no conozca y crea que solamente me agrega para hacerme alguna propuesta para que le venda algo. También trato de reconfortar mi atormentada alma de librera haciendo cosas que me produzcan más satisfacción a nivel profesional que económico, como las grabaciones de La Pinacoteca con Alejandro, las sesiones con Aplec, o las mesas redondas, porque si tengo que pasar más tiempo trabajando voy a ser yo quien decida cómo hacerlo y con quien hacerlo. Mi tiempo es preciado, y el de mis chicas también.
Espero que en cuanto me marche de vacaciones este año logre desconectar lo máximo posible, es la única forma de poder echar de menos volver. Espero igualmente pensar, hacer lecturas desde la lejanía de este último año de mi vida y reconsiderar y replantear el camino a seguir.
Sé que es cuestión de tiempo que las coses marchen como a mi gustaría, al fin y al cabo si tengo claro que es lo quiero, no puedo hacer otra cosa que seguir luchando. Por un tiempo más.
Pero, para eso, necesito descansar.










1 comentario :

  1. Ánimo. Esto es el día a día de la locura de ser librer@. Y recuerda que escribir es terapéutico y leer ¡una gozada!

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